Τρίτη 30 Νοεμβρίου 2010

ΣΩΚΡΑΤΗΣ 15

Antonio Canova (Italia, 1757-1822): Sócrates y Filosofía
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Sócrates fue una especie de santo alegre, con una jovialidad de pagano antiguo, que no se fundaba en ninguna gran seguridad. Se daba muy bien cuenta de que no cabía transformar en sistemático su pensamiento, ni convertir en rígida su alada paradoja, pues ello envolvía los mayores peligros para el complejo maternal a que se sentía vinculado. Su sonrisa interrogativa era como una permanente vigilancia contra todo intento de aprisionador sistema. En vísperas de la crisis definitiva, era esta sonrisa la que guardaba la vieja salud espiritual, de la que gozaba de exceso.
Él es todo lo contrario de aquellos filósofos energuménicos que se disfrazaban de figura infernal para vigilar, como encargados del averno, a los criminales, o bien se mostraban al mundo vestidos con una montera de pastor, una túnica talar oscura con faja de púrpura y coturno teatral. Él a diferencia de estos histriones filosóficos, no quiso pontificar ni definir, ni dar normas ni dogmatizar sobre conductas. Sabía que eso era contribuir a que el mundo tomase caminos de esterilidad, de intervención en los más delicados resortes del querer humano.
En Sócrates había una sencilla convivencia con sus paisanos, y no sentimos ningún abismo que le separe de sus contemporáneos.
Sócrates, ciudadano; Sócrates, amigo; Sócrates, conversador; Sócrates, preguntón, Sócrates, callejero y sencillo, es lo contrario de lo que van a ser ya después de él los filósofos. Afectados, falsos, pedantes, orgullosos, destructores, disconformes, críticos enfrentados con los dioses, dadores de falsas seguridades, los filósofos profesionales son quienes hacen más antipáticos los finales de la cultura antigua. Bajo su mano termina por agostarse todo, y cogen y aprietan con sus manos por los tallos el ramo de rosas de la cultura antigua hasta marchitarte la frescura.
Lo que hay en la antigüedad tardía de sequedad, de antihomérico, lo que le falta de fuerza creadora y generosa, de riqueza renovada y poética, lo hemos de poner a cargo de los filósofos de oficio, de los que se adscribían cerradamente a un sistema y se resignaban a vivir emparedados en él y a contemplar por un miserable ventanuco toda la maravilla del mundo.

Antonio Tovar: Vida de Sócrates (Alianza Universidad, 1984)

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